Por GERARDO BUSTOS
Sentidas pinceladas, intrascendentes casi todas ellas, que quieren retratar el lado normal y humano de una gran persona, conocida por todos en su faceta de personaje famoso y hombre de Estado. Todo el mundo conoce al personaje público, secretario de Estado, varias veces ministro de España, vicepresidente del Gobierno y comisario europeo. Pedro Solbes. Al compartir estos recuerdos quiero completar esa imagen pública con el lado humano de un hombre normal. Pedro. Tuve la fortuna de conocer a los dos y de disfrutar de la relación directa con la persona.
(Foto principal: Cuadro de Daniel Quintero.[1])
En los últimos días he leído numerosas biografías, necrológicas y mensajes de condolencia sobre Pedro Solbes. Todas son elogiosas y se focalizan en el personaje público, con contadas alusiones a sus rasgos humanos, especialmente la cercanía, el tono suave y su tendencia a la búsqueda del acuerdo. En ese caudal de tinta, que parece escapado casi todo él de la misma pluma, echo de menos la “persona normal” de puertas adentro. Valgan, pues, estas líneas como un brindis al recuerdo de una gran “persona normal”. Un complemento del perfil de ese gran europeísta y hombre de Estado que todos conocen.
Hago este recorrido un poco sin orden ni concierto. Me dejo llevar por recuerdos caprichosos, porque harto caprichosa es la memoria; recuerdos que se agolpan en mi mente como espermatozoides que ganan la carrera a los demás. No sabes bien porqué ha llegado éste y no otro, pero poco importa si este manojo de recuerdos sirve para vislumbrar al personaje en su plano corto. En todo caso, estas pequeñeces que cuento aquí son mi modesto homenaje a esa persona con quien he tenido el privilegio de compartir algunos buenos momentos.
Ciudadano normal
Sin duda, me quedo con la persona, con Pedro. Consciente de que la vida le ha llevado por derroteros de primera línea que no siempre ha buscado, él mismo expresó públicamente su aspiración más básica: “siempre me he considerado un ciudadano normal y he luchado por mantener esa normalidad”[2]. Quienes hemos tenido la suerte de compartir con él ratos de ocio y desenfado lo sabemos bien. Socarrón, de humor inteligente, con esa voz tan suya, como queriendo ahorrar decibelios. Ahorrar, siempre. Relajado, tranquilo y tranquilizador, dialogante, siempre detrás de un acuerdo.
Lo conocí hace muchos años en un supermercado próximo a su domicilio, haciendo la compra semanal en familia. En aquellos momentos era ministro de Agricultura y nos presentó su mujer, Pilar; una buena amiga a la que debo una magnífica relación y oportunas ayudas de impagable carga humana en alguno de mis momentos difíciles. No es cosa en estas líneas de hablar más de ella, pero no puedo pasar por alto la tentación de señalar que cuando me acerqué en el tanatorio, al abrir la boca para expresar mis sentimientos de pésame, se adelantó y me dijo “antes de nada, ¿cómo está tu madre?”
Pilar era la responsable de buena parte de la nutrida cantera de amigos de la familia. Y Pedro ha sido muy cuidadoso, envolviendo enseguida en una capa cómplice de cariño y cercanía a esos amigos que llegaban a la familia a través de Pilar. Aparecía entonces el “ciudadano normal” que él se ha empeñado en construir siempre, y esa relación tan próxima te hacía olvidarte rápidamente del personaje público que tenías delante. Te encontrabas entonces frente a un amigo amable, cercano, socarrón, brillante. Incluso podía sorprenderte con alguna chispa de humor con leves toques de depurada acidez. Con la mejor sonrisa del mundo.
Empezamos buscando El Gasco y acabamos en casa de Pedro
Ya he contado en el delicioso e interesante monográfico de la “Revista de Obras Públicas” dedicado a José Torroja[3] cómo se consolidó esa amistad. Era todavía una buena relación recientemente incorporada a mi vida, cuando un viernes de hace tres décadas varios amigos decidimos emprender la búsqueda de la presa de El Gasco, esa reliquia inacabada de la Ilustración. En las postrimerías del siglo XVIII fue la estrella de un proyecto unido al canal de Guadarrama, con el que Carlos III soñó con navegar de Madrid a Sevilla, y de aquí al Atlántico.
Así lo conté en la “Revista de Obras Públicas”: “éramos cinco, enrolados en ese velero inquieto llamado Marisa Marco, entonces jefa de la Biblioteca del Colegio de Caminos. Otros tres compartían su trabajo en el Centro de Estudios Históricos de Obras Públicas y Urbanismo (CEHOPU): Pilar Castro, Antonio de las Casas y Pepenel Pedregal. Y el quinto, el humilde escribano de estas líneas, era entonces subdirector general de Publicaciones en el Ministerio de Fomento”.
Y continuaba mi relato: “La aventura empezó francamente bien, escorada hacia el alma festiva de nuestras inquietudes, en un restaurante de la zona. Y terminó fallida, porque no encontramos aquella tarde el más mínimo vestigio de la existencia de la presa de El Gasco. Culpamos de ello al equipamiento, porque el campo se entiende mal con tacones, faldas, corbatas, trajes y estómago lleno. Aclarada la causa del fracaso y comprometidos a equiparnos adecuadamente en un futuro intento, dejamos el proyecto en el congelador y decidimos refugiarnos el resto de la tarde en los cuarteles de invierno. De nuevo el lado lúdico vino en nuestro socorro, y ahogamos el gatillazo en un divertido cóctel de carcajadas, licores, picoteo y buenos propósitos en la casa de Pilar, que estaba a tiro.
Como de todo fracaso se aprende, le dimos la vuelta a la tortilla. Aquella expedición fallida fue el germen de un grupo de entusiastas dispuestos a perseguir obras públicas por toda España como si fueran Pokemon. Pero no cualquier obra, sino obras interesantes que además contaran en sus proximidades con la posibilidad de compartir el alimento cultural con otros alimentos menos espirituales. A los cinco promotores se fueron enrolando otros interesantes personajes más o menos ligados a obra civil, como Jose Torroja, Roque Gistau, Miguel Aguiló, María Fuentes, Juan Morón, etc.”
Perfecto anfitrión
De esa manera tan curiosa se tejió una buena amistad, especialmente entre el núcleo inicial. El quinteto no tardó en abrir el abanico de los cinco excursionistas a sus familias y los encuentros se multiplicaron, algunas veces con familia y con frecuencia solos; muchas veces en Madrid y de tarde en tarde en alguna de nuestras excursiones.
Recuerdo a Pedro en aquellos encuentros familiares con el foco puesto en el disfrute gastronómico y relacional. Si el evento gastronómico era en su casa, aparecía el perfecto anfitrión, ocupado en los detalles de los visitantes e implicado en los preparativos de mesa y cocina. Si no era en su casa, se dejaba llevar por un disfrute pleno, exento de los deberes propios del buen anfitrión y centrado en la tertulia.
En estos trances lúdicos lo recuerdo generalmente sentado junto a Pepenel Pedregal. Intercambiando experiencias ministeriales, uno en España, otro en Argentina. Con sus inteligentes frases los dos, mordaces y socarrones. Como diría Pepenel, dos tipos brillantes intercambiando anécdotas y vivencias y provocando sorpresa, sonrisa y un puntito de admiración. Cuando te encuentras con personajes así, que te envuelven con un manto de sencillez en la relación personal, es difícil saber si se trata de sabios intentando comportarse como personas normales, o personas normales capaces de comportarse como sabios cuando la vida así lo exige.
Como decía antes, era un magnífico anfitrión; con dos empeños claros: disfrutar y hacerte sentir a gusto. Así estuvo en la boda de su hija: disfrutando como nadie, pero muy pendiente de todos. He de confesar, sin embargo, que donde más me sorprendió fue verle desenvolverse con su peculiar sencillez en la boda de mi hijo. Apareció de nuevo el “ser normal”, y allí le vimos tan ricamente, en una mesa de amigos de procedencia dispar. Integrado, departiendo con todos, interesándose con curiosidad por la relación que me unía con cada uno de ellos en aquel grupo variopinto donde había compañeros de internado, de universidad, de trabajo, de jolgorios diversos y de excursiones. La mayor parte de los compañeros de mesa no lo conocían personalmente y tenían cierta inquietud por lo que consideraban una especie de desafío. La inquietud duró segundos, porque todos ellos se dejaron llevar rápidamente por la sencillez. Como me dijo, admirado, un viejo amigo, “que tío más normal”.
El lujo de aprender
Siempre me he sentido afortunado en mis encuentros con él. Hubo una época especial, en su etapa de comisario europeo. De aquellas excursiones que hacíamos el quinteto cada varios meses, durante un tiempo yo acercaba a Pilar a casa a la vuelta de la excursión. Pedro insistía en que pasara a tomar algo y eso me brindaba la oportunidad de departir un rato con él. Eran sus tiempos de comisario europeo de Asuntos Económicos y Monetarios, y para mí era un verdadero lujo conversar un rato con un gran experto comunitario, intentando desentrañar el complejo entramado europeo. Me resultaba imposible hablar con Pedro sin tener siempre la convicción de que estaba aprendiendo.
A veces me hacía reflexionar de la manera más sencilla. Recuerdo una vez en la que yo le daba la chapa admirado por el hecho de que España era el país que más invertía en el tren de alta velocidad. Me miró sonriendo, y con voz suave, sin alterarse lo más mínimo, apuntó “habría que preguntarse por qué los demás no lo hacen así”. Dejó salir la frase con esa suavidad tan suya, con sencillez, sin más aspiraciones que la de sembrar la duda. Y lo consiguió, porque siempre que ha salido el tema en cualquier otro círculo, he abordado el tema muy lejos de la certeza que me gastaba antes y apoyándome en ese mismo razonamiento, que me parece tan sencillo como inteligente; cargado de sensatez casera.
Alguna vez salió el tema de mi crédito hipotecario multidivisa en yenes japoneses. Nunca me dijo si le parecía buena o mala decisión, más allá de dejar caer alguna frase sobre la necesidad de ser prudentes con las oscilaciones de divisa. Lo que si me trasmitía era su sorpresa e intriga por el hecho de que alguien sin apenas conocimientos económicos hubiera llegado a la contratación de un préstamo hipotecario tan singular. Yo disfrutaba lo que no está escrito al comprobar que una decisión mía de carácter económico llamaba su atención.
Lo que tenía bajo sus pies
Cuando le conocí, aquel lejano día de la compra en el súper, a principios de los noventa, era ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación. Después, en la última legislatura de tres años de Felipe González, fue ministro de Economía y Hacienda. En esa época yo era subdirector general en el Ministerio de Obras Públicas, Transportes y Medio Ambiente y una de mis funciones eran las publicaciones oficiales. Entre esas publicaciones, el “Mapa oficial de carreteras”[4], que informatizamos en mi período y lo impulsamos hasta lograr tiradas anuales de 150.000 ejemplares. Era nuestro producto estrella y, lógicamente, cada vez que estrenábamos edición, le enviaba uno a Pedro a través de Pilar. Pues bien, por el mismo conducto me remitía una queja cada vez que se encontraba una carretera en obras que en el mapa ya aparecía como autovía en funcionamiento.
Resulta que durante un tiempo poníamos como realizadas las autovías en obras a partir de la fecha prevista de finalización. Pero, claro, los retrasos sobre la fecha prevista eran enormes, de meses o incluso años. Con la queja de Pedro y algunas otras que nos llegaron, optamos por ponerlas como terminadas, pero aclarando gráficamente, mediante flechas de acotamiento, que se trataba de un tramo con una fecha concreta de inauguración. De esta manera el usuario podía ser consciente de que no había una certeza total sobre el pleno funcionamiento del tramo en cuestión.
Años después, en febrero de 2002, yo me incorporé al Ministerio de Hacienda. La primera publicación de contenido histórico y tapas duras que preparamos fue “Tesoros del Archivo del Ministerio de Hacienda”[5]. Era una selección impresionante de documentos relacionados con el ministerio , que se custodian en el Archivo de Hacienda, por aquel entonces ubicado en los sótanos. Al mismo tiempo, pusimos en marcha una exposición permanente en esos mismos sótanos, relacionada con el edificio y su entorno. Se trata de un magnífico edificio que nación como Casa de Aduana, encargado por Carlos III al arquitecto Sabatini y que, además, fue cuartel general de la Junta de Defensa del general Miaja en la guerra civil[6].
Le hice llegar el folleto de la exposición y el libro, con una dedicatoria que repito de memoria, pero que decía algo así como “con cariño, a Pedro, que por una vez, sólo por una vez, no supo lo que tenía bajo sus pies”. Aludía con ello a que había sido ministro de Hacienda y no había llegado a conocer ni los sótanos ni esos tesoros documentales. Me transmitió el agradecimiento por el libro, el reconocimiento por la gracia que le había hecho la dedicatoria y la petición de que le enviase un ejemplar a Ángel Viñas, que había rastreado los archivos de Hacienda durante años.
Un ministro en los sótanos
Habían transcurrido algo más de dos años de mi llegada al Ministerio de Hacienda, cuando el PSOE ganó las elecciones de 2004 y Zapatero nombró a Pedro Solbes ministro de Economía y Hacienda y vicepresidente segundo del Gobierno. Se hacía cargo, así, de un ministerio fruto de la fusión de dos departamentos. Sustituía a Montoro como ministro de Hacienda (ubicado en Sol, en la Casa de Aduana) y a Rato, como ministro de Economía (ubicado en el paseo de la Castellana, en el complejo de la plaza de Cuzco).
En tales circunstancias las estructuras medias están pendientes de dónde se ubica el nuevo ministro, porque en buena medida de eso depende cuál será el ministerio predominante en el nuevo departamento que se crea tras la fusión. Yo reía en silencia al ver el nerviosismo de mis compañeros de la Casa de Aduana, porque no tenía la más mínima duda de que Pedro Solbes se instalaría allí. Era como volver a su casa. Efectivamente, allí se instaló los más de 5 años que estuvo como titular.
Para mí aquélla era una situación nueva y se me antojaba rara. No sabía muy bien cómo me afectaría aquella coincidencia. La verdad es que no afectó para nada, porque en el ministerio apenas tenía relación con él y los encuentros personales siguieron como siempre.
Sí se dio alguna situación ligeramente embarazosa para mí, que soy tímido y estas cosas me cuesta gestionarlas. Me viene a la memoria una ocasión curiosa. Es normal que los ministros de Hacienda acudan a la espectacular Biblioteca Central del ministerio en alguna ocasión de su mandato, generalmente para hacerse las fotos que acompañarán a una entrevista. En tales ocasiones, como la Biblioteca está entre las competencias de mi subdirección general, suelo estar presente. Así ocurrió en una ocasión con Pedro. Él llegó acompañado de periodista, fotógrafo y varios cargos de su Gabinete. Avisado previamente, yo esperaba su llegada, y me coloqué discretamente en la punta opuesta de la sala, medio oculto tras una columna. De poco me valió, porque me miró y levantó la voz para decir “Hombre, Gerardo, ¿qué pasa, que no saludas a los amigos?”. No me quedó más remedio que acercarme, rojo como un tomate, con todas las miradas fijas en mí y balbuceando a duras penas “sí, sí; perdón, pero no quería interrumpir”.
Posteriormente hubo varias ocasiones en las que bajó a la exposición de los sótanos con algún visitante ilustre. En esas circunstancias suelo acompañar al ministro o alto cargo de turno, haciendo de cicerone. Con Pedro ese papel se reducía drásticamente. Se había documentado bien con nuestras publicaciones, y le gustaba contarlo directamente. Yo me mantenía discretamente a un par de pasos, y sólo intervenía cuando me invitaba a completar alguna información suya o tenía alguna duda sobre algún aspecto concreto.
El homenaje
Dos meses después de su salida del Gobierno de Zapatero (abril de 2009), un centenar de amigos le hicimos un homenaje en un salón próximo a Madrid, en la zona norte. Quienes le queríamos teníamos el propósito de embadurnar con mucho cariñó lo que nos parecía una salida del Gobierno francamente mejorable. Era cosa de amigos personales, de manera que pocos de los presentes habían ocupado u ocupaban puestos de alto cargo. Realmente aquello era una especie de quedada de su club de fans.
Guardo un especial recuerdo de aquella tarde. Le habíamos preparado un libro de firmas que yo me había encargado de elaborar con ayuda de un artesano de la encuadernación. Las primeras páginas recogían material de cosecha propia y escritos y fotos preparadas por algunos de los asistentes al acto. Cuando digo cosecha propia me refiero a recopilación selectiva de fotos y algunos montajes de fotografías, en las que habíamos puesto su cara a retratos del ministerio como el de Carlos III o el cardenal Herrera Oria y otros personajes históricos relacionados con el Ministerio de Hacienda.
También conseguimos algunos documentos de su expediente personal como funcionario, incluido su examen en las pruebas de acceso a técnico comercial. Cómo disfruté viendo la cara de sorpresa que puso (y no era fácil pescarle en una alteración facial) cuando le entregué el examen realizado cuarenta años atrás, ante la carcajada general de los presentes. Comenzó a leerlo y un par de minutos después levantó la vista y provocó una nueva carcajada cuando dijo a los presentes, casi sin inmutarse, con esa sorna suya: “yo hoy no me hubiera aprobado el examen”.
Me llamó al día siguiente para preguntarme si Mariángeles y yo lo habíamos pasado bien en la fiesta. Y para agradecerme mi participación en el libro y en la documentación que le habíamos preparado. Así era, y así os lo cuento.
Su libro, su vida en primera línea
Dadas las circunstancias, la salida del Gobierno fue una liberación. Como apunta en el libro: “Sin ninguna nostalgia, a partir de abril del 2009 dejé el Gobierno y conseguí lo que deseaba desde hacía tiempo, volver a ser un ciudadano normal”. Realmente, tras la salida del Gobierno y su posterior entrega del acta de diputado, se sentía más libre y tenía ganas de escribir sus memorias; sobre todo de explicar su vida, contar su recorrido, incluidos sus últimos años en el Gobierno.
Recuerdo la presentación del libro. Los presentes y los ausentes. Un momento difícil, pero tenía necesidad de contar, de hacer balance de esa vida de cuatro décadas como servidor público.
El libro apareció en 2013 y el título habla por sí solo: “Pedro Solbes. Recuerdos. 40 años de servidor público”. Porque Pedro llegó a la política en el tren de una magnífica trayectoria profesional. Ya en tiempos de UCD era un técnico reconocido, que acabó siendo director general. Aunque su trayectoria desde los años ochenta ha estado ligada a los gobiernos socialistas, nunca fue militante del PSOE. Era un funcionario que recorrió el escalafón por mérito propio, de manera que empezó de jefe de negociado y terminó de vicepresidente del Gobierno.
En aquellos momentos yo pensaba que era mejor esperar algún tiempo más, que la última parte del libro se entendería mejor con tiempo de por medio y cierta perspectiva. Apenas habían pasado cuatro años de su salida del Gobierno y la crisis económica estaba aún en carne viva. Hoy, una década después, con otras crisis que han tapado aquella, ligadas a la pandemia y a la guerra de Ucrania, incluso a la nueva crisis bancaria, creo que es un buen momento de leer su libro. Incluso quienes criticaron algún aspecto más reciente entonces, seguramente lo verán ahora de otra manera. En todo caso, es un magnífico recorrido de todo lo acaecido en España en el último medio siglo, realizado por alguien que ha estado en primera fila desde los finales de UCD hasta la segunda etapa de gobiernos socialistas, pasando por sus tiempos de comisario europeo.
Nadie mejor que Pedro Solbes podría contar las relaciones entre España y la Europa comunitarias, desde las postrimerías del franquismo hasta nuestros días, pasando por la puesta en marcha del Euro, despliegue magistral que lideró como comisario del ramo. Pase el tiempo que pase, cualquier curioso o investigador sobre este período tendrá que alimentar sus conocimientos en estos magníficos, fundados y documentados “Recuerdos” de Pedro Solbes.
De jefe de negociado a vicepresidente
Aprobó la elitista oposición de técnico comercial en el convulso 1968, y el 14 de marzo de ese año fue nombrado jefe de negociado octavo. Pocos años después llegaría un largo destino en Bruselas, que le proporcionó una experiencia poco extendida entonces entre el funcionariado español. Se convirtió así en un prematuro especialista en la Europa comunitaria. A la vista de su trayectoria, podemos decir, por tanto, que recorrió todo el escalafón administrativo desde funcionario de base hasta vicepresidente del Gobierno, pasando por director general, secretario de Estado, ministro de Agricultura y de Hacienda y comisario europeo.
Era director general cuando se desintegró el Gobierno de UCD y le pasó por encima una apisonadora encabezada por Felipe González. Unos meses después de la llegada de los socialistas al poder, se convirtió en el secretario general técnico del Ministerio de Hacienda con Miguel Boyer. Una premonición, porque salvo excepciones, los subsecretarios y secretarios generales técnicos de Hacienda han llegado después a las más elevadas cotas del mundo público y privado.
Cuento esto así, porque la visión de esta etapa histórica por parte de alguien que ha ocupado esas privilegiadas atalayas, especialmente en el terreno de nuestra integración en Europa y la gestión de la economía y hacienda pública, es única. Él mismo lo escribió en la dedicatoria que me hizo de su libro: “No he pretendido otra cosa que dar una visión ordenada de este período”.
Los orígenes
Pedro ha sido siempre un hombre modesto, llano, “normal”. Hay gente que cuando alcanza cierto estatus, prefiere borrar su origen y deja su pasado humilde en un discreto recuerdo. Otros lo tienen presente, porque un punto de partida humilde engrandece el recorrido de la vida hacia la primera línea. Éste es su caso. Hijo de un funcionario de Correos, que terminó montando una gestoría en Alicante para lograr que sus cuatro hijos pudieran ir a Madrid a estudiar en la universidad. Él mismo, en algunos momentos concretos tuvo que compaginar los estudios con trabajos como el de profesor o llevando carretillas con rollos de película en los almacenes de Agfa en Leverkusen.
Empezó a preparar oposiciones a inspector de Hacienda, pero se le cruzó en el camino un personaje que ha cobrado un papel especial justo en los mismos días en los que se nos ha ido Pedro. Me refiero a Ramón Tamames, que acaba de vivir un minuto de oro encabezando una extraña moción de censura al Gobierno presentada por VOX. Estando en casa de Carmen Prieto Castro, compañera de facultad, tuvo la oportunidad de hablar con su marido, que no era otro que el mencionado Ramón Tamames. Como explica el propio Pedro en sus “Recuerdos”, fue él quien “me recomendó que cambiara mi visión tradicional por otra más innovadora y que preparara las oposiciones a Técnicos Comerciales del Estado. Le hice caso y, sin duda, acerté”.
En la misma línea de esa sencillez y humildad que comento, podemos encuadrar el hecho de que no dudaba en reconocer su dificultad con los idiomas, a pesar de que hablaba inglés y francés. Tan es así que “fueron los idiomas los que me hicieron suspender la oposición el primer año que me presenté. Aprobé al segundo intento”. Lo explica sin tapujos y con toda modestia: “siempre he tenido mal oído y nunca me he sentido cómodo hablando en otro idioma, a pesar de haber pasado media vida desenvolviéndome en inglés y en francés.”
Ni los orígenes humildes ni las dificultades que se han cruzado en el camino han impedido que la historia haya construido un gran hombre enamorado de la normalidad. Al final, los destinos de nuestra existencia se dibujan todos los días, peldaño a peldaño. Como apunta el propio Pedro Solbes: “La vida me ha llevado por caminos muy distintos de los que inicialmente hubiera podido imaginar. Mi apuesta inicial no era otra que ser un técnico al servicio de la administración pública, pero tuve la enorme suerte de estar en momentos claves de estos años apasionantes en los lugares y con la formación adecuados para poder aceptar los distintos retos que se me iban presentando”. Así ha sido, afortunadamente para todos, querido Pedro.
No soy objetivo
Termino como empecé, explicando mi necesidad de complementar lo mucho que se sabe del personaje público, con unos borbotones de su lado humano. No he pretendido ser objetivo, lo que me resultaría imposible. Como quienes le queremos, soy una de esas personas que piensan en Solbes como una brillante cabeza, que ha tenido un papel muy significativo en las grades momentos de las últimas décadas, y a la que no se le ha hecho justicia en vida. Hoy ya forma parte de la historia, de nuestra gran historia.
Años atrás Pedro velaba a su madre en el mismo tanatorio en el que lo despedíamos a él hace tan solo unos días. Allí mismo, Pepenel Pedregal y él comentaron que perder a algún progenitor implica pasar a primera fila. La frase se me ha quedado grabada y la uso con frecuencia. Hoy ninguno de los dos está ya entre nosotros, y otros hemos pasado a primera fila. La rueda de la vida sigue dando vueltas sin descanso. En ese trueque sin principio ni fin, nos va cambiando seres queridos por recuerdos.
Los famosos personajes que gestionan nuestras vidas desde la primera línea de las grandes decisiones, son en realidad un puente entre el personaje público visible en el exterior y la persona corriente de puertas para adentro. Sólo quienes conocen las dos orillas del personaje tienen una idea clara de cómo es realmente. Soy una de las personas que tuvo la suerte de conocer a Pedro en sus dos orillas, de disfrutar de su ingenio, su chispa irónica, sus conocimientos y su humor brillante en pequeños corrillos. Uno de esos lujos que nos da la vida. Gracias, Pedro, por tu cercanía, por esos momentos compartidos y por ese puñado de buenos recuerdos. Gracias por tu inmenso caudal humano, ése que sólo los afortunados pudimos saborear en pequeño círculo.
Eres grande para todos, pero has logrado ser una persona normal, magníficamente normal, para quienes te hemos tratado en el plano corto. Así te recordamos quienes hemos tenido la suerte de compartir buenos momentos contigo. Y así espero haber sido capaz de reflejarlo en estas líneas.
(Con mi cariño a Pilar, sus hijos, sus nietos.)
[1] Cuadro de Daniel Quintero. Técnica sobre madera. Galería de retratos del Ministerio de Economía y Hacienda. Año 2000. En el Libro “Ministros y ministras de Hacienda. De 1700 a 2021. Tres siglos de historia.” Centro de Publicaciones del Ministerio de Hacienda. Madrid, 2021.
[2] SOLBES, Pedro. “Recuerdos. 40 años de servicio público”. Deusto. 2013 https://www.casadellibro.com/libro-recuerdos/9788423413492/2205495
[3] BUSTOS, Gerardo. “Y entonces me dijo: ‘¿tú por qué estás aquí?’”, número extraordinario nº 3630 de la “Revista de Obras Públicas. José Antonio Torroja 1933-2021”. Publicaciones del Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, 2021. https://libreria.ciccp.es/libro/2021-numero-extraordinario-n-3630-revista-de-obras-publicas_5710
[4] “El Mapa oficial de carreteras” es una guía de carreteras editada por el hoy Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana. Apareció en 1959 y va ya por la edición 58ª, nada menos. Tiene la peculiaridad de haber diseñado unas páginas plegadas en Z, que al abrirse permiten controlar un espacio amplio de la zona que se desea recorrer. Hoy la digitalización ha reducido drásticamente su tirada en pape, pero sigue siendo un clásico. https://cvp.mitma.gob.es/mapa-oficial-de-carreteras-2023-edicion-58
[5] “Tesoros del Archivo del Ministerio de Hacienda”. Centro de Publicaciones del Ministerio de Hacienda. Madrid, 2002. https://www.hacienda.gob.es/es-ES/El%20Ministerio/Paginas/Libros%20sobre%20el%20Ministerio/LibrosMinisterio.aspx
[6] La exposición «Crónica gráfica del Ministerio de Hacienda», instalada en los sótanos del edificio proyectado por Sabatini, ha ido incrementándose progresivamente a lo largo de dos décadas . Con el paso del tiempo, ha alcanzado merecida fama fuera de los muros del ministerio. Actualmente se realizan visitas guiadas abiertas al público dos veces al mes, y las plazas disponibles se cubren un par de horas después de hacerse pública cada convocatoria. https://www.hacienda.gob.es/es-ES/El%20Ministerio/Paginas/Historia%20del%20Ministerio/Visitaguiada.aspx
It’s sad to hear about the passing of Pedro Solbes Mira, a prominent Spanish economist who held various ministerial roles and served as a European Commissioner. His contributions to the field of economics and his service to his country and the European Union will be remembered.